Al Calavera, sigue sembrando desde donde estés (2011)
Soy una idea genial. Ustedes no lo creerán, pero las ideas geniales somos seres vivos. Nacemos, crecemos; con suerte, nos reproducimos y morimos.
Las ideas geniales permanecemos en diversos limbos antes de nacer. Frecuentamos mucho las higueras, las nubes y un lugar llamado babia. Pero yo debo decir que, antes de nacer, habitaba en el más común de todos los limbos de ideas geniales: el váter. Sí yo soy una idea genial de WC. Un día, como por arte de magia, noté como las radiaciones cercanas de un cerebro comenzaban a succionarme. Y es que yo creo que el vacío que se produce por un extremo, crea un efecto de absorción por el otro. Y así fue como nací. Fui succionada por un cerebro en pleno proceso de concentración fisiológica.
El desarrollo de las ideas geniales es rápido. Una vez que arraigamos en el cerebro, comenzamos a crecer. Nos apoderamos de una región neuronal y la utilizamos para nuestro propio beneficio. Sí, sé que suena a parasitismo, pero no. En realidad es una especie de simbiosis, pues los cerebros en los que arraigamos suelen ser, posteriormente, mucho más reconocidos y admirados que los demás. Es más, todo cerebro está ávido de conseguir una idea genial que se enrede entre sus tejidos.
Pues bien, como les decía, fui absorbida en plena función fisiológica. El dueño del cerebro, que tenía más o menos entornados los ojos, en gesto de esfuerzo, al entrar yo y activar su cerebro, los abrió como dos bombillas. La mueca de dificultad de sus labios se convirtió en una sonrisa. Provoqué tal relajación por todo el cuerpo, incluido el esfínter, que lo que, a mi nuevo hospedero, le había llevado hasta allí, fue terminado sin dificultad e incluso con cierta sensación de placer. Desde ese momento, yo ya era parte de un cerebro y, por extensión, de un cuerpo humano.
El efecto que solemos producir en estos seres, cuando, de repente, arraigamos, es de euforia. Se acelera el ritmo cardiaco, todo en ellos tiene más prisa por terminar las cosas superfluas y dedicarse en cuerpo y alma a nuestro desarrollo. Y también, por qué no decirlo, a contar al resto que hemos arraigado, lo geniales que somos y lo importante que es el cerebro donde estamos por haber conseguido cultivarnos. Y esta, amigos, es nuestra forma de reproducirnos: la vanidad humana. Sí, cuando un cerebro consigue que una de nosotras arraiguemos, es muy difícil que lo guarde para sí. Y de esto nos aprovechamos nosotras para perpetuar nuestra especie. En cuanto un humano hace saber a otro de que ha tenido una idea genial, nuestra semilla está esparcida en el otro y, con suerte, siendo éste fecundo, allí crecerá nuestra amada descendencia.
Les contaba que había conseguido arraigar en un cerebro y que éste ya había sufrido los efectos propios de ser hospedero de una idea genial. Antes de que mi humano se hubiera vestido, yo había alcanzado mi edad adolescente, ya tenía la forma de cómo iba a ser cuando fuera adulta, y, modestia aparte, apuntaba muy buenas maneras. Para cuando llegamos al coche, era una idea genial madura en toda regla. Por la alegría neuronal que observaba a mi alrededor, yo debía ser una de las mejores que mi anfitrión había tenido jamás.
Tal nivel de excitación no es normal en un cerebro humano. Exceptuando, ciertos casos que cuentan algunas de las vecinas que he conocido, con más experiencia aunque ya obsoletas. Dicen que nuestro anfitrión es lo que entre los humanos se conoce como un varón. Y parece que hay ciertas ocasiones que, enfrentado a un cerebro de mujer, el caudal de sangre disminuye mucho aquí arriba para, según la leyenda, desviarse hacia otras partes del cuerpo en las que una idea genial nunca podría sobrevivir, aunque (y eso no deja de parecerme una calumnia) sí nuestras primas: las ideas libidinosas, de las que no entendemos por qué, nuestros cerebros anfitriones se sienten avergonzados.
Yo estaba a pleno rendimiento cuando mi humano llegó a su trabajo. Ya tenía cada pensamiento en su sitio, todo perfectamente coordinado, el plan hecho. Sólo faltaban un par de detalles para indicar a mi cerebro vivienda que la ejecución podía hacerse. Somos muy mandonas las ideas geniales cuando nos hacemos adultas y llegamos a tener nuestro plan. Tomamos posesión de las neuronas que nos hacen falta para nuestros fines y les hacemos ejecutar el plan tal y como nosotras lo hemos concebido. Y en esto andaba yo cuando subíamos en el ascensor y oí cómo mi humano ya empezaba a decir a los vecinos que tenía algo en mente espectacular. Esto me provocó un gran estado de ánimo, mi reproducción estaba muy próxima. En cuanto les dijera de qué iba, saltarían mis semillas raudas a otros sesos.
Una vez en el despacho, vi que llamaba a varios de sus colaboradores. Yo ya estaba totalmente preparada para la reproducción. Tenía a tres estupendos almacenes de materia gris delante, listos para ser sembrados. Comencé a manipular las neuronas para que le enviara a las cuerdas vocales las palabras y las entonaciones necesarias para mi propagación. Todo iba de maravilla; notaba cómo los otros humanos iban asimilándome y pronto mi semilla arraigaría en ellos.
Sin embargo, uno de los que ya había sembrado, tuvo una reacción inesperada. Hubo dentro de él unos contactos neuronales imprevistos, los cruces de corrientes de pensamiento fueron por caudales imposibles de haber imaginado antes. No les he contado los peligros que podemos tener. Existen muchos. Podemos ser rebatidas o refutadas, calificadas de desatinadas, pisoteadas, usurpadas, venirnos abajo, caer en el vacío o en saco roto e, incluso, lo que supone nuestra muerte, podemos ser quitadas de la cabeza. Como les contaba, uno de los tres cerebros en los que yo pensaba que iba a germinar, cuando absorbió mi semilla, produjo unos flujos de pensamiento inesperados que provocaron conexiones entre neuronas antes imposibles. Al verlo, lo noté enseguida, mi nerviosismo iba en aumento, tomé posesión de todo el cerebro para que mi humano ya sólo pensara en mí, que se ofuscara conmigo y me defendiera a toda costa. Pero el otro humano.. ¡rebatía!. Empezó a entrarme el pánico cuando noté que tenía sus propias ideas, que sembraba también en el mío, que éstas empezaban a tomar posesión de sus propias neuronas, que cada vez tenía menos control de la situación y que mi propio cerebro empezaba a ponerme en duda, la ofuscación iba desapareciendo hasta que oí como las cuerdas vocales de mi cuerpo anfitrión pronunciaba las fatídicas palabras: “Pues quizá tengas razón”. Al oír esto, dejé de luchar, la guerra estaba perdida, liberé el cerebro, pues tarde o temprano iba a ser vencida. Las demás ideas iban tomando posesión de todas las zonas que yo abandonaba y así fue como pasé de idea genial a “buena idea, pero” y, poco más tarde, a idea mediocre hasta que caí en saco roto. Y aquí espero, junto a todas las otras ideas obsoletas, que algún día fueron geniales, hasta que ocurra lo inevitable: que mi humano me quite de la cabeza.
Pablo de Aguilar González (2007)